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Guion del teatro de navidad

Guion del teatro de navidad

D. Enrique Monasterio, adaptación del libro en prosa del mismo autor
Título Pequeña obra de teatro navideña en tres escenas, basada en el libro El Belén que puso Dios
Personajes

Gabriel (Arcángel)
Oriente (estrella)
Marta, Sara (pastores)
Zabulón (pastorcillo tonto)
Salomé (lavandera de la posada)
Virgen María
San José
PRIMERA ESCENA

Gabriel: ¡Oriente, Oriente!
Oriente: ¿Es a mí?
Gabriel: ¿A quién si no...? ¿Acaso no te pasas la vida quejándote de que estás sola?
Oriente: Tampoco exageres. Sólo lo he dicho una vez, además no sé cómo has podido oírme.
Gabriel: Mira, yo me llamo Gabriel. Soy el representante de los ángeles. He sido enviado por Dios a prepararlo todo para el nacimiento del Mesías.
Oriente: ¿El Mesías?
Gabriel: Sí, el Salvador. Primero tengo que preparar un censo...
Oriente: ¿Un qué?
Gabriel: Un censo, un recuento. He visto a un tal César en Roma y a Quirino, el gobernador de Siria... Estos papeleos son capaces de agotar a un Arcángel.
Oriente: Así que los arcángeles también os quejáis de vez en cuando...
Gabriel: Ni pensarlo. Lo que pasa es que me gusta hablar. Por eso Dios me manda de mensajero a todas partes. Además tengo un secreto estupendo...
Oriente: ¿Un secreto de los que no se pueden contar?
Gabriel: ¡Al contrario! Es tan secreto, tan secreto, que no tengo más remedio que decírselo a todo el mundo; eso sí, en voz muy baja para que no se enteren los de al lado y así poder contarlo otra vez.
Oriente: ¿Y a quién se lo cuentas?
Miguel: A todo el mundo: A los ángeles, a los hombres, a las estrellas, a los borricos, a los pájaros... Ven acercate que te lo cuanto….( se lo cuanta a la oreja)
Gabriel: He visitado también a la Reina de los Ángeles y de los luceros...
Oriente: (Impaciente) ¿Y qué mensaje tienes para esta estrella?
Gabriel: Aunque por ahora no parezcas una estrella importante, porque no tienes planetas ni lunas, Dios ha pensado en ti desde toda la eternidad. Alégrate, Oriente. Dentro de poco te mirarán los ojos de la Reina, detendrás tu vuelo encima de Belén y detrás de ti caminará una caravana de Magos.
Oriente: (Ilusionada) ¿Y el Niño? ¿Me mirará el Niño?
Gabriel: ¿Por qué lo preguntas?... Los niños recién nacidos tienen los ojos cerrados. Sólo se atreven a mirar a sus madres. Pero Jesús..., no sé. Quizá pueda conseguirte algo...
Oriente: ¡Qué maravilla! Me voy volando al Portal, quiero ocupar mi lugar cuanto antes.
SEGUNDA ESCENA
Marta: ¡Sara, despierta, despierta!
Sara Pero ¿a qué viene tanto alboroto?
Marta: (Señalando al Ángel) ¡¡¡Mira!!!
Zabulón: Tengo miedo, tengo mucho miedo...
Sara: Lo mejor es que corramos a casa cuanto antes.
Gabriel: No temáis. Mirad que os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo. Hoy os ha nacido un Salvador, que es el Cristo Señor, en la ciudad de David. Encontraréis a un Niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre. Id a Belén. Una gran estrella os guiará hasta el Portal.
(Se alejan hasta que desaparecen).
Sara: ¡Qué maravilla! ¡Vamos a Belén!
Marta: ¡Eso, así podremos comprobar lo que nos acaban de contar el ángel!
Marta: (A Zabulón) Ven Zabulón, vamos a buscar al Salvador.
Zabulón: Un momento, pero ¿qué nos han dicho? ¿Habéis entendido esas palabras tan difíciles?
(Salen por la izquierda hacia Belén Marta y Sara. Zabulón se queda solo)
Zabulón: ¡Esperadme, que voy con vosotras!
(Cuando Zabulón se está yendo vuelven a aparecer el ángel)
Gabriel: Zabulón, ven, no tengas miedo. Soy el ángel que viene de parte de Yavé. ¿Quieres que te explique por qué estay tan contento? Dios me ha mandado que anuncie el nacimiento del Mesías a los hombres de buena voluntad. ¿A que parece sencillo? También yo pensaba eso al principio. Pero cuando hice la lista, la cosa empezó a complicarse. Tres veces tuvie que dirigirme a Yavé para preguntarle qué significaba exactamente “buena voluntad”...
Zabulón: ¿Y qué significa?
Gabriel: Mira, Zabulón, tú te has fijado muchas veces en los pájaros, ¿verdad?
Zabulón: Sí, y mi padre me ha enseñado a distinguir los buenos de los malos. Hay unos que se beben la leche de las cabras...
Gabriel: Y sabes también que algunos vuelan siempre a ras del suelo, picoteando por todas partes, como los gorriones; otros se meten en los basureros o en los establos; algunos sólo están a gusto en lo alto de los árboles más chicos o en los tejados de las casas; pero hay también aves de altura, como las grandes águilas, que se elevan al cielo sin esfuerzo, llenas de majestad. A los hombres les pasa algo parecido. Dios les ha creado para que vuelen muy alto...
Zabulón: Entonces, ¿podemos volar?
Gabriel: ¡Claro! ¿No vuela la fantasía, la imaginación, el corazón, el deseo, la memoria...? El alma vuela, ¿me entiendes?
Zabulón: Creo que sí, un poquito.
Gabriel: Y, sin embargo, algunos se empeñan en revolotear entre los estercoleros o en las charcas más repugnantes. Otros utilizan sus alas, no para lograr una meta, sino para exhibirse en vuelos acrobáticos. Y son pocos los que quieren de verdad alcanzar al que está en lo más alto...
Zabulón: ¿A Dios?
Gabriel: A Dios, sí... Muy bien Zabulón, lo has entendido, ésos son los que tienen buena voluntad, los que alcanzan la sabiduría.
Zabulón: Pues entonces yo no soy como ellos. ¿Cómo podría ser sabio un tonto?
Gabriel: Te equivocas, Zabulón. Tú lo eres, porque siempre has tenido tu corazón con Yavé, y has soñado con conocerle y amarle. No te importe que tu ingenio sea pequeño, con tal de que alcance la Verdad. Además Dios ha elegido a los necios para confundir a los sabios. Las aves que vuelan más alto no son las que más aletean, sino las que se dejan llevar por el viento desplegando sus alas sin tener miedo.
Zabulón: ¿Y yo puedo ir a ver al Mesías, aunque sólo sea de lejos?
Gabriel: Por supuesto, ven con nosotros, te llevaremos junto a Él. Además estoy seguro de que te está esperando y le encantará escucharte.
(Se dirigen hacia el Portal, al llegar Zabulón se sienta a los pies del Niño y habla con Él. )
Zabulón: Jesús, me llamo Zabulón, tengo doce años y soy pastor como mi padre. El ángel que me ha acompañado hasta aquí me ha dicho que lo sabes todo porque eres el Mesías y el Hijo de Dios; pero si me dejas prefiero contarte cosas aunque ya las sepas, porque se está tan bien a tu lado...
Mi madre, Juana, murió cuando me tuvo a mí, y por eso dice mi padre (que se llama Matías, no sé si te lo he dicho ya) que tengo que quererle más que a nadie en el mundo; pero yo le quiero más a él porque está todo el día a mi lado y me enseña muchas cosas. He aprendido a distinguir algunos pájaros, estrellas... (Mirando a Oriente) Me he dado cuenta de que ha aparecido una nueva muy grande justo encima de donde tú estás.
Como ves, Jesús, yo soy un poco tonto... No digas que no, se nota enseguida. Todo el mundo lo sabe. Hay gente que me mira raro y me desprecia, como si yo tuviera la culpa. Yo querría decirles que no soy tonto adrede, que nací así por voluntad de Yavé, y tampoco es tan malo. Sirve, por ejemplo, para hacer reír a los niños. ¡Si supieras lo bien que lo pasamos cuando yo finjo que soy todavía más tonto para que se rían más! ¿Ves? Ya he dicho otra tontería: “Si supieras”, el Ángel me ha explicado hace un rato que Tú lo sabes todo, y ya se me había olvidado...
¿Te digo una cosa? Nunca había sido capaz de pensar tanto rato seguido sin cansarme, pero no me hago ilusiones: Sé que esto me pasa sólo porque estoy contigo. Es curioso, con el Ángel me ha pasado lo mismo: Cuando se nos apareció mientras dormíamos con las ovejas, yo no me enteré de nada. Dijo palabras tan difíciles que ni siquiera los demás comprendieron gran cosa. Imagínate yo, que soy medio bobo... Pero, como el Ángel lo sabía, después de hablar con los demás pastores se me acercó y se puso a charlar conmigo a solas, igual que nosotros ahora, sin que nadie nos viera...
TERCERA ESCENA
(A la derecha el Portal, dentro María con Jesús en sus brazos y José haciendo una cuna con madera. Oriente sigue encima del Portal. A la izquierda Zabulón . Por el mismo lado aparece Salomé con un cesto de ropa que va a lavar al río. Al oír el llanto de Jesús entra en el Portal)
Salomé: ¿Pero qué estás haciendo aquí, criatura? ¡Quién te habrá enseñado a ti a poner pañales a un niño! A ver, déjamelo, que a la legua se ve que eres primeriza.
María: Ya lo he hecho otras veces: En Nazaret he cuidado a muchos recién nacidos. Y hasta he sido comadrona cuando mi prima Isabel tuvo a su hijo. Claro, que con Jesús no es lo mismo...
Salomé: Así que se llama Jesús... Pues es precioso. ¿Ya te habías dado cuenta, verdad? Claro, tú qué vas a decir... Pero yo llevo muchos años en este oficio y nunca había visto una criatura tan bonita... Bueno, vamos a lo nuestro: ¿Cuántos pañales has traído?
María: Sólo cuatro. El viaje fue tan precipitado...
Salomé: ¡Cuatro...! ¿Qué harías tú si no estuviese yo aquí...? Hala, toma al niño un ratito, que me voy al río a lavar estos dos que están sucios. Y da gracias a Yavé de que haya salido el sol, porque si no, a ver cómo los secábamos... Ya verás lo poco que tarda tu hijo en manchar los que lleva puestos...
(Salomé sale hacia la izquierda y se encuentra con Zabulón que sigue jugando con el perro)
Zabulón: Voy contigo. Salomé, ¿a que es guapa la Madre del Mesías?
Salomé: ¿ quién?
Zabulón: Maria la Madre de Jesús, del Salvador, del Hijo de Dios.
Salomé: Oye, Zabulón, ¿sabes lo que estás diciendo? Te lo digo porque tú siempre has sido un poco...
Zabulón: ... un poco tonto, ya lo sé. Pero ahora no me importa. ¿Te cuento lo que me ha dicho el Ángel?
(Se van mientras Zabulón le cuenta lo que le ha dicho el Ángel. Después entran también por la izquierda marta y sara camino del Portal)
Sara: ¡Mirad, ahí está la estrella de la que nos han hablado los ángeles!
Sara: ¿Dónde está Zabulón?
Marta: Se habrá entretenido por el camino, ahora vendrá.
Sara: A lo mejor se ha quedado durmiendo.
Marta: (Quejándose) Sí, porque llevamos un rato andando... y creo que nosotros nos hemos equivocado de camino y por eso hemos tardado tanto. Quizá él haya llegado antes.
Sara: Dejate de quejas, lo importante es que ya hemos llegado. Aquí está el Salvador: “Un Niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre”.
Marta: Pero ¿qué vamos a ofrecerle?
(entran en el portal)
Marta: Con las prisas no hemos pasado por nuestras casas y no os hemos podido traer ningún regalillo...
María: No os preocupéis.
Marta: Ahora iremos a buscar algo, ¿qué necesitáis?
María: Por ahora nada, ya ha venido Salomé y se ha ofrecido a lavar los pañales del Niño, que era lo más urgente.
Marta: (Acercándose a Jesús y haciéndole gracias) ¡Qué bonito es el Niño!
José: Pensándolo bien, me gustaría que me trajerais unas maderas para hacerle una cuna como se merece.
Sara: Ahora mismo (Sale corriendo y vuelve con unos palos que entrega a José) Toma, aquí tienes. ¿Necesitas ayuda, José?
José: No, muchas gracias.
Marta: ¿Qué os parece si le cantamos una canción a este Niño tan hermoso?
Sara: ¡Buena idea, Marta!

(Zabulón se va corriendo por la derecha. Salomé termina de lavar los pañales y se dirige al Portal llorando)
Salomé: ¡Ay, señora María, qué vergüenza! ¿Cómo iba yo a saber que eras la Madre del Mesías?... Y el Niño..., tan normalito, tan dormido... ¡Qué horror! Lo que habrás pensado de mí. Además, ¡eres tan joven!: Una chiquilla, reconócelo; y claro, aunque una está acostumbrada a tratar con gente de categoría (ni te cuento los que pasan por la posada en la que trabajo), no es igual; porque ellos se dan importancia, y van estirados, casi ni te miran. Sin embargo tú... Por eso, cuando Zabulón (que hay que ver ese chico, hasta se le ha puesto cara de listo) me ha contado que tú..., ya sabes. Pues no sé si tengo que llamarte Majestad, ni cómo decir lo que quiero decirte... Bueno, pues que estos son los pañales, y si quieres te los lavo otra vez, o hago lo que mandes; pero de aquí no me voy. Ya está. (Rompe a llorar)
María: No llores Salomé, no te preocupes... Muchas gracias por tu ayuda...
José: Mira, Salomé, aquí estoy fabricando una cuna para Jesús con unas maderas que me ha traído un pastor. ¿Qué te parece?
Salomé: Buenísima idea, señor José. (Pensativa) El caso es que ya notaba yo algo. Se veía enseguida que erais un matrimonio distinguido. (A José) Tú, tan alto, tan formal, tan señor a pesar de ser tan joven... Porque tú, ¿qué tienes, veinte? No, no me lo digas. (A María) Y tú, María..., por aquí no las hay así tan preciosas como tú. Es que miras con una carita... (A José) ¿Te has fijado, señor José?
María: ¡Salomé, que me pongo colorada!
José: Bueno, pues así ya somos dos, porque yo debo estar como un tomate.
Salomé: Ahora tenéis que dormir un poco, el día ha sido muy cansado. María, déjame al Niño, así descansas, que estás delicada. Yo le cuidaré mientras vosotros dormís.
(María le da al Niño y José y Ella se sientan y duermen)
Oriente: Gabriel
(El ángel va a donde la estrella por la izquierda)
Gabriel: ¡Sssshh...! No hables tan alto, Oriente, que vas a despertar al Niño.
Oriente: ¿Lo dices en serio? ¿Cómo voy a despertar a Jesús a tanta distancia? Ya les gustaría allí abajo poder oír cómo charlamos las estrellas.
Miguel: Bueno, ¿qué quieres?
Oriente: Que me contéis lo que está pasando...
Gabriel: Por ahora Salomé ha despertado al Niño, y yo creo que lo ha hecho adrede.
Oriente: Ya, ¿pero por qué está aquí?
Gabriel: Ella es muy importante en el Belén. Ha lavado los pañales del Mesías y ahora es su Ángel Custodio.
Oriente: ¿La lavandera?
Gabriel: Sí. No sé por qué te sorprendes. Ya te dijimos que Yavé ha querido poner un ángel a cada hombre. Y Jesús no podía ser menos...
Oriente: Pero Salomé no es ningún ángel...
Gabriel: Eso es lo que dicen los hombres para disculparse cuando se portan mal: Que no son ángeles. Y es verdad, no lo son; son un poco más pequeños o un poco más grandes, depende del punto de vista.
Oriente: No lo entiendo.
Rafael: Desde luego nosotros somos superiores en lo que ellos más valoran: En inteligencia, en poder..., ya sabes. Pero Dios nunca se ha hecho ángel; y sin embargo, ha inventado este Belén para convertirse en niño por amor a los hombres... Dime, Oriente, ¿a quién crees que ama más Yavé: A los hombres o a los ángeles? Pero hablo de Salomé, ¿verdad? Te decía que es el ángel de Jesús. ¿Crees que es una broma? Fíjate: Ahora tiene en los brazos al Niño y ha empezado a charlar con Él.
Oriente: ¿Y qué se dicen?
Gabriel: ¡Ni se te ocurra preguntarlo, Oriente! Ni siquiera los ángeles tenemos derecho a escuchar determinadas cosas... Además hablan en una lengua misteriosa que sólo conocen las madres, los recién nacidos y las niñeras...
Oriente: ¿Y vosotros, que sois tan listos?
Gabriel: Te aseguro que algunas veces, hasta los Arcángeles nos sentimos un poco tontos.
Oriente: Oyendo lo que decís cualquiera pensaría que la lavandera es el personaje más importante del Belén.
Gabriel: Después de Jesús, de María y de José, desde luego... Fíjate, Oriente: Echa una ojeada al resto de este mundo que Dios ha elegido para nacer. Verás millones de personas; y, dentro de nada, en unos cuantos siglos, habrá miles de millones. Unos trabajarán la tierra; otros arrancarán la energía que Dios encerró en la materia; algunos intentarán imitar al mismo Creador, tratando de sacar universos nuevos de sus pinceles, de sus manos o de sus plumas... Verás sobre todo comerciantes: Montañas de gente que venden y compran cualquier cosa real o imaginaria (casas, mares, derechos, tiempo, números...) Ellos mismos sospecharán que están locos, pero seguirán enganchados a su locura. Y fíjate especialmente en los que gobiernan: Reyes, tribunos, presidentes... Enseguida se les pondrá la voz campanuda y creerán sinceramente que el mundo gira a su alrededor... Mira ahora a Salomé... ¿Quién crees que es más importante?
Oriente: No sé..., yo...
Gabriel: Te lo explicaré de otra manera. Tú sabes que en el Cielo hay miríadas de ángeles...
Oriente: ¿Miríadas?
Gabriel: Quiere decir que somos incontables y sólo unos pocos miles de millones tienen el oficio de Custodios. Los demás se dedican a trabajos aparentemente más elevados. Sin embargo, no hay tarea que atraiga tanto a los ángeles como la de servir a otra criatura entregándose a ella por amor a Yavé. Allí arriba todos suspiran por tener un hombre a quien guardar. Y no pienses que es fácil. También los ángeles tienen que lavar pañales y pasar las noches en vela, y correr el riesgo de que tu ahijado te ignore durante toda su vida. Pero vale la pena crecer con él, acompañarle siempre, sugerirle mil ideas al oído con la esperanza de que alguna vez te escuche. Y ser siempre su servidor, casi su esclavo, hasta llevarle al Cielo. Esto, querida Oriente, me temo que en la tierra no lo entenderían, aquí servir parece humillante, los hombres prefieren tener y mandar. ¿Cuántos crees que encontraríamos dispuestos a ejercer el oficio de ángeles de la guarda?
Oriente: Salomé y ¿...?
Gabriel: Sí, Salomé lo ha entendido. Ha elegido la mejor parte y pido a Yavé que nadie venga a relevarle.
(Oriente y el ángel se quedan mirando a Salomé, que sigue hablando con Jesús)
Salomé: ¡Qué gracioso estás, hijo mío, tan dormidito! Perdona que te llame así, pero se me hace raro tratarte de Majestad. Y más, después de ver cómo ensucias los pañales, verdaderamente no tienes consideración con tu Madre. (Mirando a María) La pobre, fíjate lo cansada que está, y lo bien que duerme... Mañana mismo me pongo de acuerdo con ella y con tu padre, a ver si me puedo quedar. No le pediré mucho, sólo con librar dos tardes me conformo, y... ¡Vaya!, ahora abres los ojos. No se te ocurrirá llorar ¿eh? No te preocupes, mi Niño, que yo no me separo de Ti. Así que ahora te ríes, ¿se puede saber qué es lo que te hace tanta gracia? ¡Dios mío, qué les daré yo a los niños, que todos acaban por reírse en cuanto me miran a la cara!
CUARTA ESCENA
(Pastores y pastoras duermen al aire libre con sus ovejas. Zabulón se despierta asustado)
Zabulón: ¡Miguel,... ángeles!
Ángel 2: ¿Nos llamabas, Zabulón?
Zabulón: Acabo de tener una pesadilla, estoy muy asustado, ha sido horrible...
Ángel 1: Bueno, tú tranquilo, es tarde y debes volver a dormir.
Zabulón: Un momento...
Ángel 2: Di, Zabulón.
Zabulón: Cuando era chico, antes de dormir, mi padre solía contarme un cuento...
Rafael: ¿No querrás que le despertemos a él también?
Zabulón: No hace falta, seguro que tú sabes historias mucho más interesantes que me ayudarán a no tener pesadillas.
Miguel: (Entre ellos) Jamás habría imaginado que entre las obligacionesde un Ángel Custodio estuviese la de contar cuentos.
Ángel: Claro, que tratándose de la Navidad...
Miguel: ¿Y de qué quieres que te hablemos?
Zabulón: ¿Por qué no me contáis un sueño de Yavé?
Gabriel: De acuerdo, Zabulón, pero con una condición.
Zabulón: ¿Cuál?
Gabriel: Que, a partir de ahora, no se te ocurra volver a decir que eres tonto... Anda, cierra los ojos y escucha:
“Hace muchos siglos, antes de que existiera el universo, Yavé pensó crear la más hermosa de todas sus obras: Soñó con su Madre. En un tiempo remotísimo fue formada, antes de comenzar la tierra. Pensando en sus ojos creó el mar; imaginando su sonrisa llenó las flores de pétalos; añorando sus caricias nacieron las blancas palomas. Y en cada mujer, desde el comienzo del mundo hasta hoy, puso algo de María. ¡Lástima que algunas lo destruyan! Desde entonces ¿sabes cómo llamábamos a María en el Cielo?: El sueño de Yavé. Hasta que un día nació la Virgen y Dios nos dijo su nombre: Llena de Gracia. Así le saludé yo hace nueve meses en su casa de Nazaret...”
Fin

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